lunes, 5 de julio de 2010

Medellín, la siempre iluminada Medellín


Medellín ha sido bendecida por los dioses, la eternamente primaveral, la tasita de plata que adorna la desordenada y recargada mesa que es Colombia. Ellos observan como la ciudad se transforma, como crece, como sufre y se destruye a si misma y como siempre quiere dar un paso mas, siempre brillar un poco mas. Complacidos, con los rayos de sol lamen y relamen los techos de las casas y de los rascacielos, las cabezas de los niños y de los ancianos, las de los estudiantes y los traquetos, las de los sacerdotes y los comerciantes, las de las prostitutas y las modelos. A los dioses les encanta el sabor de Medellín, un sabor a tragedia mezclada con inocencia.

Es un juego en el que la ciudad transita de un extremo a otro, a punto de llover pero todavía con el sol asomándose deslumbrante por algún espacio entre las nubes. De la ciudad mas violenta, la de la tormenta, a la ciudad mas educada, la de la primavera. Así pues bendecida, eternamente iluminada por el cotidiano transcurrir de la vida de sus habitantes, los que ayer con los ojos cerrados se golpeaban los unos a los otros, jugando ciegamente con el poder, y que hoy comienzan a abrirlos dejando pasar luz a sus vidas.

Esta es la historia de Medellín, de pueblo a ciudad, de pobre a industrial y comerciante, de violenta a pacifica y educada. Así se ve desde las montañas que la rodean, como una promesa, como un espacio en el que se puede mirar, limpio después de una feroz lluvia… o limpio, antes de ser azotado por la tormenta.


(La foto es de Christian de Amalfi. El texto se escribió a partir de la foto)